"Uno escribe para esclarecer la mente de un individuo, del ciudadano de a pie. Además, es una cuestión de conciencia. Si yo estoy en contra de la globalización de la economía, de la corrupción y de la hipocresía, lo digo y lo escribo. Justamente las causas de las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo."
Mario Benedetti
No sé si esta bien empezar un artículo
con una pregunta, pero ¿y si están equivocados? Yo no lo sé, pero
cada día dudo mas. Podría relajarme, decir “para que
preocuparme, total es inevitable. Como el viento, no se puede
detener”. Pero no me basta. Los menos tal vez me estén
convenciendo (siempre tuve simpatía por las minorías), mostrando la
realidad como argumento irrefutable. Contaminación, hambre,
desocupación, guerras, racismo, peligro nuclear. Pero otros dicen
que hay luz después del túnel (lo difícil será llegar). Puede que
no todo sea insensatez. Tal vez el problema no es el qué, sino el
cómo. Rápido, sin aceptar críticas, con promesas de un futuro
mejor, como si fuera una cuestión de fe.
Casi no miro televisión, me aburre.
Pero hace unos días la encendí para huir del silencio, y vi una
protesta antisistema. Me dolió hasta a mí ver aquellos abusos sobre
los manifestantes, como si fueran delincuentes amenazando la paz
mundial. Y repito, no se si estoy en desacuerdo con que sucedan
las cosas, pero el modo no me convence. Borges digo que hay que tener
cuidado al elegir a los enemigos, porque terminamos pareciéndonos a
ellos. Tendrán que reflexionar también estos muchachos. Además
dijo que la democracia es una superstición muy difundida, un abuso
de la estadística...
Esto de la globalización aun no me
convence, aunque le pongo ganas, veo la balanza desequilibrada. Es un
tema complejo, multidisciplinario, pero ¿por qué no elegir que
globalizar? Ah claro, el mercado es quien elige, es decir, nosotros.
El mercado somos todos, es democracia...
Parece inútil nadar contra la
corriente. Si es inevitable, ¿para qué luchar? Las reglas las
conocemos, pues juguemos nuestras mejores cartas. La cuestión no
está en aceptar los hechos, sino en cuando.
Pero tengo miedo que dentro de unos
años mi hijo me diga “papá, el río estaba equivocado, el salmón
tenía razón”.