“Estamos en plena cultura del envase. El
contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto,
la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios”
Eduardo Galeano
En la era de la globalización el mundo se divide, ironías del destino. Por un lado los
que tienen, y por otro los que quieren tener. Es que esto de borrar las
fronteras contagió a casi todo el planeta de consumismo. El marketing hizo sus
deberes.
Y
ya no nos contentamos con nada, siempre hace falta más. Ahora solo buscamos
tener para parecer, y vuelta a empezar.
Pero no vamos a sacarle mérito, nos gusta tener, y no digo tener trabajo
o cosas por el estilo (aunque eso es algo que el mercado cada día provee
menos), sino más y más cosas materiales.
Sé que estoy exagerando, pero en los extremos se ve claro.
Recuerdo
a una mujer decir que cuando se encuentra deprimida salía a hacer la
“psico-compra” para sentirse mejor, y que daba resultado (aclaro que mi postura
no es machista, porque si bien estoy convencido que las mujeres compran mucho
más que el hombre, sus gustos no son tan caros como los nuestros, compensando
la ecuación). Uno podría pensar que es lamentable que su felicidad dependa de
sus compras, pero esa forma de actuar, intuyo, se repite más a menudo de lo que
creemos (y quisiéramos).
Queremos
ropa diferente todos los días, el móvil cambiarlo cada temporada, el automóvil
cuando pierde ese olorcito a nuevo. Ahora llegan las rebajas, y quien pueda se
comprará cosas que tal vez nunca usará
Nos
vamos alienando poco a poco, sin darnos cuenta, al punto de vivir casi
exclusivamente para tener. Ocupamos mucho tiempo y esfuerzo en cosas que no nos
brindan nada, y nos alienamos aún más, buscando maximizar la utilidad de las
cosas, pero minimizando nuestro ser.
“Piensa
en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una
cadena de rosas, de calabozos del aire. No te dan solamente el reloj, que los
cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con
áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás
a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan (ellos no lo saben, lo terrible es
que ellos no lo saben), te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti
mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con
su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la
necesidad de darles cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para
que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en
las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio
telefónico. Te regalan el miedo a perderlo, de que te lo roben, de que se te
caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una
marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los
demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen
para el cumpleaños del reloj.”
Julio
Cortázar (Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj)
Tendremos
que estar a punto de perderlo todo para valorar lo esencial, y eso no solo es
peligroso, también es lamentable.
¿Y
el ser? Lo fundamental, la esencia de nuestra existencia, queda relegada. Como
dije antes, lo más parecido es el tener para parecer, pero no es lo mismo que
ser. Deberíamos replantearnos las prioridades, deberíamos ser mucho más que
consumidores, deberíamos ser.